Durante el proceso electoral y después del 2 de julio, han transcurrido varios meses bastante complejos y a veces convulsos, debido a que la principal actividad de la clase política se ha limitado a la descalificación de unos a otros, como ha sido siempre. A consecuencia de esto, se ha deformado sustancialmente el objetivo del trabajo político, que debería ser dar a conocer a la población e impulsar las estrategias que se requieren para que México pueda desarrollarse más efectivamente. Una de las numerosas cosas de las cuales la clase política se ha olvidado y distanciado cada vez más es de la actividad que tiene que ver precisamente con el desarrollo y la que representa su principal palanca: me refiero a la ciencia y la tecnología. Para repetir lo que se ha dicho e ilustrado una y mil veces, los países que han entendido e invertido en esta actividad han destacado claramente como los más competitivos en este mundo globalizado. Si pudiéramos recorrer el proceso electoral y poselectoral, seguramente veríamos que las palabras ciencia y tecnología se mencionaron si acaso esporádicamente, por no decir que nunca.
Yo no sé si esto es endémico en la clase política como consecuencia de una ignorancia supina, pues en el fondo el asunto es bastante incomprensible, ya que es difícil entender cómo es que los que se dedican a la política no promueven políticas y estrategias claramente destinadas a elevar el desarrollo nacional.
De hecho ocurre exactamente lo contrario, pues parecería que la clase política quiere más bien impulsar que nuestro país pase de ser país subdesarrollado a sub subdesarrollado. Para muestra, un botón. De boca para afuera se ofreció, y de hecho se aprobó en la Cámara de Diputados, uno por ciento del PIB para la ciencia, pero en la práctica se hizo exactamente lo contrario: se disminuyó el presupuesto destinado a la ciencia. Y para que no digan que soy hablador, daré los datos sobre la UNAM (doy sólo esto, pues no tengo datos sobre otras instituciones) en pesos constantes de 2005.
De 2006, aún no se recibe un quinto; estamos a punto de que termine el año y no sabemos cuántos proyectos realmente han sido aprobados, aparte de que no hay aún convocatoria para 2007.
Si sumamos todos los apoyos adicionales, como son los fondos mixtos y sectoriales, apoyos especiales, etcétera, la UNAM pasó de recibir 329 millones 914 mil 664 pesos en apoyo a 398 proyectos diversos en 2001, a 34 millones 422 mil 563 pesos en apoyo a 107 proyectos en 2006 (aunque el año aún no termina). Eso no es todo; aparte de los magros recursos que se reciben, llegan con un año de retraso en promedio, en relación con la fecha en que se abren las convocatorias. Sumando esto casi podríamos decir que el Estado mexicano (el gobierno) se ahorró más de dos años en apoyos a la ciencia. El espacio no me permite dar más datos, pero lo que se ha hecho en el pasado, pero mucho más en este sexenio, es cancelar en el país la posibilidad de ser competitivos y de poder desarrollarnos.
Ante todo esto, todavía hoy en la comunidad científica existen quienes dicen que no hay que criticar o hacer señalamientos. Me imagino que los que así se manifiestan quieren acomodarse o de plano hacer que nos olviden por completo. Aunada a esto está la propuesta de crear una Secretaría de Ciencia y Tecnología, como si eso fuera a resolver el problema. Pues no: eso a lo único que va a contribuir es a hacer crecer la burocracia y los recursos se van a ir hacia allá. Lo que sería pertinente es seguir procurando crear conciencia, hay que insistir e insistir y convencer de que el trabajo científico es primordial y eventualmente, con cuidado, poco a poco y con buena planeación, plantear construir lo que podría ser una secretaría del ramo. A la clase política hay que educarla, hay que señalar sus errores de juicio y, si es necesario, presionarla a través de la divulgación, el trabajo creativo y, ¿por qué no?, con acciones políticas de impacto. El silencio y el conformismo no nos llevarán a ningún lado, pues en este país la clase política sólo está dedicada a promover sus mezquinos intereses, olvidándose de los intereses de la nación.
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